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martes, 19 de abril de 2011

LA MALTOS





Se dice que en lo que hoy es el Edificio Ipiña, ubicado en la avenida Venustiano Carranza esquina con Damian Carmona frente a la plaza de los fundadores en san Luis Potosi, antes de su construcción (1903) era un lugar donde recluían a personas que la inquisición interrogaba y torturaba por herejía, brujería y hechicería.

Una mujer que tuvo su residencia oficial en el edificio antes mencionado conocida como la Maltos, se decía que practicaba magia negra, bujería y espiritismo, por irónico que parezca, la maltos era inquisidora, ella aplicaba el tormento a todas las personas que se decía practicaban las las artes obscuras, aplicandoles tormentos, y algunas veces esas personas eran asesinadas en las masmorras del edificio a causa de la crueldad de la Maltos, la gente de renombre, políticos, personas de la iglesia y la población en general, le tenían mucho temor y respeto, ya que tenía el poder de perjudicar a quien ella quisiera, era mejor no ser enemigo de ella.

Se cuenta que solía salir por las calles de la ciudad a horas altas de la noche en un carro tirado por dos enormes caballos, embrujados que obtenía dibujando en el muro de su habitación un coche tirado por dos enormes caballos negros, pronunciaba hechizos y ordenaba a los caballos arrancar, estos cobraban vida, carruaje y corceles salían a merodiar por la empedradas calles de la ciudad de San Luis, sacando chispas de fuego envueltos en llamas.


Un día la Maltos asesinó a dos personas de mucha influencia política y económica.

El alto orden inquisidor dio orden de arrestarla rodeando la casa donde vivía la Maltos, las autoridades entraron a capturarla, nada podía hacer que escapara de aquella sentencia nadie; la encontraron un jefe de la policía acompañado de dos subalternos, la Maltos no tuvo más remedio que entregarse diciendo:

Ha llegado la hora de perder, no puedo resistirme ante la fatalidad, aunque mis poderes no se han menguado, pues cuento con facultades que me han otorgado los dioses y esta en mi mano destruirlos en este momento, si así fuesen mis deseos; no obstante debo obedecer los mandatos de fuerzas superiores y me entrego a vosotros. ¿Puedo pedirles un último favor, una gracia?

El Jefe de Policía contesto que no era culpa suya que ellos solo abedecían ordenes superiores para que se cumpliera la sentencia a la que se había hecho acreedora.

No teman nada y no se preocupen por mi -Dijo la Maltos-, no cobraré venganza contra ustedes. Solo cumplanme este último deseo: quiero dejar aquí, en este salón, un recuerdo imperecedero, haré un hermoso dibujo.

El jefe accedió, la hechicera, con el dedo índice de la mano derecha, trazo en la pared primero los contornos de una carroza, luego las ruedas, la portezuela y dos grifos gigantescos que la jalaban; al conjuro de unas palabras cabalísticas, la carroza parecía moverse. Sonriendo, la Maltos volteó hacia sus aprehensores diciéndoles: “Os invito a que viajéis conmigo por lo ancho y largo de los continentes conocidos”. Ante la mirada estupefacta de los hombres armados, que permanecían como clavados en el piso, subió ágilmente y la carroza se fue perdiendo en un horizonte sin límites.
Salieron despavoridos el jefe policiaco y sus ayudante a narrar lo acontecido, pero, por supuesto nadie les creyó. Lo cierto es que nunca nadie volvió a saber de la Maltos...

Por : Elizabeth Monsivais
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